viernes, 8 de mayo de 2009

No, M no ha despertado


No falta ya quien, viendo que no despierta, interroga por su vida. No ronca, cosa de veras anómala. Tampoco gime como burra acorralada por los chamarra negra de aquella película de Bresson, donde sale la chava que ya deben haber visto en la entrada donde injertamos un clip de La Chinoise de Godard.


Dice que sueña eso muy seguido. Por ver tanto cine en las Muestras del Roble, le dijo la doctora su prima Pola Mejía Reiss, ya desde cuando ella apenas pulía lo que sería su primera pipa de analista de Nijinsky, hace un rato de muchos años. Pero sí, como que se ha excedido de cine. A ratos parece que ha visto todas las películas o que cree de veras haberlo hecho y quiere dar muestras de ello. Cansa.


Si está muerto, la sonrisa lo revela como buda tantra; sería algo así como el Dalai Lana que operó de Gorgonio neoestridentistas por su cuenta y riesgo en la era de Octavio Paz y José Carlos Becerra, cuando brilló como Sirio, único, en el nocturnal cielo negro de la melancolía mexicana, Jaime Reyes. Y de tal forma lograría su sueño malevo de ser el Lex Lutor de una novelista actual que lo anda queriendo tirar al cesto de la basura que bien se olvida, lo cual la dejaría literalmente indefensa ante cualquier ataque de Doomsday. Ma, qué cosa es el nudo ciego del músculo que ni una vez descansa.


Descansa. Eso sí. M descansa un ratito. El trabajo de canario, así sea pura esquizofrenia, se lo chupó como cacahuate; se ve que esta vez no fue su paranoia de todos los días enfrentada al bostezo de los mismos días. Fue otra cosa. De locos. No será profecía ni magia. Pero sí fue un fuerte derrame adrenalínico por pánico ante la realidad potencial, inminente, la Megademia de influenza, durante los primeros cinco días, al menos; luego ya como que se fue frenando con espasmos y ratos de sí querer tomar mucha chela, por el calor, y por las ganas de no estar en foco verde a la hora de lo que podía ser, según su loquez prospeccionista, un feo rato de sofoque general por falta de oxígeno en el aire. Que no pasó ni ha pasado. Lo cual, tal vez, sea por eso, por derrames adrenalínicos así de justos. No se sabe.



Pero M duerme.
Ese soñar surreal nos produce este ya extenso segmento en busca de la autoconciencia sobre el ser del reportaje. La Megademia. Una realidad contundente, un síntoma enigmático. Se cumple nuestra hipótesis: la ciudad es un dispositivo de gran peligro todo el tiempo. Pero también se cumple esta otra hipótesis: la ciudad permite acciones sociales definitivamente eficaces y eficientes para conservar viva la mayor cantidad posible de gente todo el tiempo. Hasta en los peores desastres. Una situación que se sostiene, así, continua, creciente, desde hace siglo y medio. El aumento real de la gente viva en el planeta, un aumento exponencial durante este siglo y medio. Pasar de ser mil quinientos millones de habitantes en el planeta entero, a ser ya más de seis mil quinientos millones. Un incremento de cinco mil millones de personas en siglo y medio de historia, algo que ocurre muy rápido. La buena salud y la buena suerte de la especie, protegidas por el trabajo colectivo. Según creemos. Tanto crecer, igual que fortalece a la especie y al individuo, los pone en grave peligro, cada vez más grave. ¿Hasta cuándo será posible sostener este crecer continuo? ¿No debe haber un límite material para ello? ¿Será posible que una minoría en extremo egoísta y poderosa pueda dejar, de pronto, que mueran varios cientos de millones, quizá hasta un tercio de la población actual? ¿No sería eso bueno para el negocio del petróleo y para el de la guerra? Son preguntas que alarman. Por tal motivo M cayó como lo vemos, en un sueño profundo, donde de todas maneras se conecta con el flujo del discurso en esta blog, pues somos un flujo común de modo existencial concreto, no sólo mientras trabajamos, investigamos, cocinamos y estudiamos, sino todo el tiempo, despiertas y dormidas, como el gran ideal surrealista, otro gran ideal difícil de cumplir, como el cristiano y el comunista.

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