martes, 5 de mayo de 2009

Tweety en el diván de ya saben quién


"...Ni idea de por qué era el Orson Welles, la cosa es que sí era él mismo. Pero lo que más me agradó fue el modo sonriente de Buda como me hizo tomar los tres shots de vodka polaco puro al hilo: uno de bienvenida, otro para brindar entre amigos y el tercero para que entrara en la party como andaba ya todo mundo. Jarra. Porque la gente sobria se aburre y chismea sin sentido. Dijo. Luego vi, y vi que era una orgía, Doctora... De todo con todo sin ropa -- pero siempre un condón en donde debe. Vi. Eso es todo lo bueno que hallo yo de estos siete días de loquez galopante, Doctora, un sueño así de divertido y lúbrico. Sólo ese sueño. Todo lo otro fue por el susto de ser lo que se es, el canario en la mina de carbón. Pulmoncitos pequeñitos pero cantores... ¡Ay, qué mi niño el trabuco! Gime la gitanada, bajo la luna llena, que por ahí ya viene. Pero no es de García Lorca en Nueva York mi quejido de loco, doctora. Fue no sé por qué. Me agarró rudo la vibra común, el consenso. Locura paranoide donde el sujeto no ve la frontera del principio de la realidad, deriva sin fijeza ni claridad, dando tumbos, de entrada en entrada de blog, nada más dale que dale con lo de mi odio loco contra el peje que por su boca muere, Doctora, casi como síndrome de turetes. Sin dominio alguno de mi conciencia. Vi, sí, pude ver, que tomadas las medidas debidas, se detuvo de inmediato la forma exponencial creciente de personas con algo como influenza bien fuerte de que tuvimos efectivamente noticia como Chorcha Chillys Willy: ocho, seguritas, durante los últimos seis meses, incluso con una de nosotras tres dentro de quienes padecieron calentura con dolor de cabeza y gripa de espantar, más nuestro casero, taxista chambeador, que duró casi un mes con calentura, yendo de recaída en recaída, hasta que ahora sí le paró eso. Razón más que suficiente, digo, lo del aumento de gente que sí se contagiaba de eso, como para el susto que tuve, un sustazo que se resarció, psicosemióticamente hablando, con el sueño de la orgía con Orson Welles, Doctora, seguramente un sueño color de rosa con banda musical de Momus y Kahimi Kaire. Para despertar de eso y ver el cielo... El mismo esmog café y espeso de todos los días. Ni un cambio significativo en el cielo, día tras día. El mismo esmog siempre. Día con día de mi loco encierro en el asueto mental de la cuarentena relativa de la ciudad entera... Ni el beis en Sky me distraía de eso. ¡Qué demencia! Como la mía, ahora veo... hubo casi ocho o nueve millones de variaciones y repeticiones en la ciudad. Muchas locuras juntas y separadas, parecidas. Por el susto de la Megademia. Ahora, gracias al videoclip que nos hizo llegar, Doctora, veo bien clarito que me contagié de la epidemia de ignorancia galopante y de las bobas ganas idiotas de ser algo así como el San Juan del Mero Apocalipsis Mero, Doctora. Y no hay tu tía. Estás loco como toda la gente, por más informador universal que te creas y te sientas. En eso sí que perdí gacho. Me contagié de la pendejez general. Ya cuando oí a la virgen, ya galopaba en mí el virus loco del hazle caso a tus intuiciones y no había modo de pararlo por mi cuenta, lo que ayudó fue eso de que se acababa de poco a poquito el asueto, allí merito comencé a escuchar el chirrrido de los engranes en mi cerebro, el ruideral de las palancas saltando y las tuercas volando, porque ya se había ido, sin querer, una llave stilson adentro. ¡Charros, charros!, se dijeron, diciéndome, las Chillys Willys enteras. Pum, la decisión. Cosquillas sedantes. Más sueños. Aquí estoy, tratando de entender... ¿Qué pasó? ¿Cómo fue que me aloque? ¿Por que este contagio resultó al final también dominado por la ciudad, sin que hubiera desbordes peligrosos? Porque de que la gente psicótica se desborda, se desborda. Óigame nomás a mí. ¡Qué vergüenza! Me volví el José Emilio Pacheco de mi cuadra, y con internet de banda ancha y erección de quinta magnitud. La regué gacho, vertí la prosa a raudales, en esta blog y el YouTube y el Facebook y el gmail. Por todas partes la regué. La noticia de que sí pasaba algo raro, anormal. Y la de que la ciudad lo resolvía, el problema que fuera, de modo correcto y rápido, aunque con una insensatez egoísta de dar risa. Luego ya se me fue y se me fue la canica y deje que saliera lo que ya está escrito. Por la angustia, con la angustia... Que el recuerdo de ese sueño resuelve, creo. ¿O cómo la ve Usted con su silencio de analista en su puesto, Doctora?"

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