Canario en la mina

a Salvador Mendiola

Mi abuela tuvo un canario. Yo no. A mí siempre me han gustado los cotorros. También tuvo a mi abuelo y le daba de comer. Trabajaba en la mina de Real del Monte; mi agüelo, porque el canario nunca estuvo encerrado. Yo también tuve una mina. Era de Buenos Aires. Mi esposa nunca se enteró, si no , me hubiera enterrado. En el hoyo todos andan con tapabocas. En la calle también. Ya casi no salgo desde que los del gobierno me agarraron para el experimento. Por eso quedé así. Aunque lo que es mal, mal, nunca me sentí. Para mí que hasta me hicieron un favor; afuera me mareo y todo me da vueltas. Es muy feo que la gente lo salude a uno con guantes todos amarillos y cochinos y ver que arriba del tapabocas te miran bisojos. A mi también se me llenaba la tela de babas como escupitajos y me daba mucho asco. Por eso entiendo muy bien a la gente; y a los cotorros. Me gustaba hacer como que me los comía y morderles el pescuezo. Eso no les parcía bien, pero nunca me picotearon. Yo sí. Me decía mi agüelita: te vas corriendo a la mina y haces como que les llevas su bastimento; en cuanto se descuiden, les picas el culo. Si te hallas unas pepitas, luego luego te las metes al hocico y te las tragas. Acuérdate de agarrar primero a los mineros más viejitos; nomás no vayas a picarle el culo a tu agüelito y te arrime un "tatequieto". Me regresaba volando y llegaba a la casa negro, negro. Mi agüelita me bañaba con zacate y le ponía de comer alpiste a sus canarios. A mi me daba de tragar harto plátano con leche de marrana. Lo bueno, que era plátano macho.